
Hace ya tiempo que dejé de utilizar el término “Cheatmeal” para referirme a todas aquellas comidas que no entraban dentro de mi “dieta”.
Recuerdo que la primera vez que escuché hablar de este término no llegué a entender del todo su finalidad y los “beneficios” que decían que tenía. Pero mentiría si os dijese que no caí en ese estúpido bucle, con todas las consecuencias.
Ignorar esos pequeños susurros en forma de antojos diarios solo hace que estos acaben convirtiéndose en gritos suplicánadonos que nos atiborremos ese día con todo aquello que nos hemos negado durante la semana. Un trozo de queso el lunes, un puñado de cacahuetes el martes, el trozo de bizcocho de tu madre el miércoles, la cerveza del cumpleaños de tu amiga el jueves…
Llega el esperado día y ¡BOOM! no solo te comes todo eso, faltaría más… Es tu comida trampa y todo vale. Tienes que aguantar hasta la próxima semana. Otros siete y largos días de prohibiciones. Eres un coche cuesta abajo y sin frenos.
Malestar físico, atracones, culpabilidad, arrepentimiento, miedo, angustia… ¿Son estos los beneficios de los que hablaban? ¿Es esto lo que llaman “estilo de vida saludable”?
Pensadlo un segundo, la traducción al castellano sería algo así como “comida trampa”. Ahora bien, ¿estás engañando a tu cuerpo o te estás engañando a ti mism@? Usas ese día o esa comida para esconderte de la ansiedad que te creas durante el resto de la semana prohibiéndote todo aquello que se supone que sale de tu dieta.
Comerte una hamburguesa con extra de queso, una pizza y una tarrina de medio kilo de helado con crema de cacahuete en tu cena del sábado no te hace más “realfooder” que la persona que encuentra su balance semanal sin usar etiquetas y trabajando su autoescucha.
No trato de demonizar el término en sí, pero si acabas viendo ese día como una obsesión, algo no está yendo bien. La salud mental debería de ser una prioridad.
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